En filosofía objetividad se define como aquella
actitud intelectual que busca dirigirse al objeto en sí en vez de quedarse en
las formas de pensar o sentir del sujeto. Partiendo de esta definición
podríamos decir que la crítica de Marx a la religión es todo menos objetiva.
Toda su rabia no está dirigida contra la religión en sí sino contra lo que él
cree que es la religión, contra un fantasma que él mismo ha creado.
El ateísmo de Marx
es consecuencia de su materialismo y no al revés. En la construcción de su
filosofía materialista, al igual que Demócrito, se topa con el problema de
Dios: si toda la vida tiene una explicación exclusivamente material, ¿qué lugar
ocupa Dios en la vida del hombre? Pero no se detiene en la cuestión. Cuando una
pared estorba la echa abajo y sigue su camino. No toma al ateísmo como
consecuencia de una demostración: es el presupuesto del que hay que partir. De
este modo, el sistema marxista se constituye desde su base como una filosofía
profundamente antirreligiosa: “La filosofía no se esconde. Hace suya la
profesión de fe de Prometeo: Odio a todos los dioses. Esta profesión de fe es
su propia divisa que opone a todos los dioses del cielo y de la tierra que no
reconocen como divinidad suprema la conciencia que el hombre tiene de sí” (Karl
Marx, “Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro”, 1841,
prefacio).
Pero el error
garrafal que impide totalmente a Marx conocer la esencia de la religión es que
la confunde con el idealismo. Se confunde Marx en no ver en el cristianismo más
que vanas representaciones vacías de contenido, equivalentes a las ideas
hegelianas. Olvida del todo la radical orientación del cristianismo hacia el
hecho, hacia la historia, hacia el hombre de carne y hueso que sufre y vive.
Para comprender
ello tenemos que remontarnos a la filosofía de Hegel pues es justamente de ella
de la que Marx toma su imagen de lo que es la religión. Hay que decir que la
adhesión de Hegel al cristianismo, a pesar de las bellas páginas que le dedica
a Jesucristo, es del todo superficial y no tiene nada de ortodoxa. No ve en el
cristianismo al hecho más extraordinario de toda la historia: que Dios
se hace hombre para salvarnos, ni la más grande manifestación del amor de
Dios sino sólo la manifestación de la Idea Absoluta ,
que sólo puede comprender la más alta de todas las filosofías: la filosofía
hegeliana.
Feuerbach, de quien
Marx toma su ateísmo, parte de esta errada visión de Hegel para realizar su
crítica al cristianismo. Para Feuerbach Dios no es más que una idea creada por
el hombre y sobre la cual proyecta su imagen idealizada. El hombre atribuye a
Dios sus cualidades y refleja en Él aquello que necesita y desea pero que no
puede lograr directamente por sí mismo. Así, la religión nace de la alineación
humana y Dios surge como producto de la necesidad que tiene el hombre de un Ser
Superior.
La teoría
subjetivista de Feuerbach puede enseñarnos cosas interesantes sobre la
naturaleza humana, pero no explica satisfactoriamente el origen de la religión
o de dónde proviene ese profundo deseo que tiene el hombre de conocer y
relacionarse con un Dios. Puede ser que el hombre tenga en sí una idea
abstracta de lo que es Dios y proyecte cualidades sobre Él, pero de ahí no se
sigue que no exista ningún ser objetivo independiente de nuestro pensamiento y
que es Dios. Cuando Feuerbach observa la necesidad que el hombre tiene de Dios
ve una causa donde en verdad hay un efecto, una mera idea donde
en verdad hay un profundo hecho. El deseo que el hombre tiene de Dios
viene del hecho de que procede de Él y comparte su espíritu, de modo que
aunque existe como un ser del mundo material tiene impulsos trascendentes hacia
lo espiritual. De este modo, cuando el hombre se une e identifica con Dios no
se empobrece, como pensaría Feuerbach, sino que se engrandece, pues está
realizando plenamente su esencia.
Por lo tanto, tanto
la “demostración” de Marx como la de Feuerbach nada demuestran pues están
dirigidas hacia un fantasma de religión. Y es que a esta no se la puede
estudiar de una manera puramente externa y superficial, separando algunas de
sus afirmaciones para presentarlas como sus únicos fundamentos y tergiversando
los hechos. Dos errores no hacen un acierto y el que cierto grupo de cristianos
(los burgueses) deformen los fundamentos de la religión en función de sus
intereses en nada altera la verdad esencial de la religión, verdad de la cual
ellos son infieles depositarios.